

Francisco Monti volvió a hacer lo que mejor sabe: levantar polvo para que no se note su propia huella. Esta semana declaró como testigo ante la Justicia Federal, tras la denuncia del fiscal de Estado, Marcos Denett, por sus declaraciones públicas sobre supuestos vínculos del poder con el narcomenudeo. Sin embargo, lejos de aportar claridad, Monti aprovechó la citación judicial como una nueva puesta en escena.
A la salida de tribunales, no habló de pruebas ni de responsabilidad institucional. Habló de “denuncia pedorra”, de persecución política y de “amedrentamiento”. Una sobreactuación de indignación que no sorprende en un dirigente que ha hecho del griterío su principal estrategia de campaña.
Lo de Monti no es nuevo. Hace años que transita la política catamarqueña buscando un lugar que nunca termina de consolidar. Radical de cuna, mutó sin pudor hacia el discurso de La Libertad Avanza cuando vio que el viento cambiaba de dirección. Hoy se presenta como libertario, pero arrastra el desgaste de su pasado político, la falta de gestión concreta y una credibilidad que cae con cada volantazo discursivo.
Sus declaraciones sobre “narcos en los barrios” son, en el mejor de los casos, vagas. En el peor, irresponsables. Pero eso poco le importa. Porque Monti no está buscando soluciones: está buscando cámaras. Y si en el camino hay que agitar fantasmas o ensuciar rivales sin pruebas firmes, mejor. Es su estilo. El ruido por el ruido.
Ahora bien, ¿qué aporta realmente Monti al debate público de Catamarca? ¿Qué propone, más allá del escándalo? ¿Cuáles son sus ideas para mejorar la vida de los barrios que dice defender? Silencio. Porque no hay programa, hay show.
Y en ese show, todo vale: acusar, victimizarse, agitar denuncias sin pruebas y, cuando se lo llama a responder, victimizarse de nuevo. Todo muy funcional a la lógica de las redes y los titulares rápidos. Pero muy pobre para una provincia que necesita políticas serias, no actores de reparto buscando pantalla.
Monti grita porque no tiene otra cosa. No lo respaldan ni las urnas ni la calle. Y mientras tanto, Catamarca sigue esperando algo más que indignación performática y frases efectistas. La política necesita menos fuegos artificiales y más compromiso real. Algo que, por ahora, Monti no parece dispuesto a ofrecer.