La Nena de Argentina eligió el Estadio Monumental para algo más que volver a tocar en casa. Se arriesgó con una apuesta técnica y conceptual que reconfiguró la lógica del estadio como espacio escénico. El formato circular funcionó como decisión narrativa: todo el espectáculo estuvo pensado para borrar jerarquías entre centro y periferia, artista y público, escenario y platea.
El show fue, en términos estrictamente musicales, la puesta en escena completa del universo Quimera, el proyecto más ambicioso de su carrera. Pero también fue una lectura en tiempo real de su recorrido: desde el pop urbano que la hizo masiva hasta una artista que hoy trabaja la identidad, el cuerpo y la emoción como capas superpuestas.
Desde el inicio quedó claro que no habría un relato lineal. María apareció en el centro exacto del dispositivo 360°, rodeada por el estadio desde todos los ángulos, con un movimiento constante que evitó el estatismo incluso en los pasajes más íntimos. El sonido —uno de los grandes desafíos de este tipo de formato— sostuvo una claridad poco habitual para un show de esta escala, permitiendo que los matices vocales y los cambios de clima no se perdieran en la magnitud del espacio.
El primer arco estuvo dominado por Shanina, uno de los alter egos de Quimera, que encarna el registro más introspectivo y R&B del disco. Ramen para dos, canción que inaugura el universo conceptual del álbum, funcionó como puerta de entrada a ese mundo. Maria sorprendió con Paulo Londra para abrir el show. En ese tramo también convivieron canciones nuevas como Infinitos como el mar y Hasta que me enamoro con piezas clave del repertorio previo, como Ojalá y Cuando hacemos el amor, reubicadas en un contexto más introspectivo.
El segundo bloque giró hacia Maite, el alter ego asociado a la fragilidad y la memoria afectiva. Allí, la presencia de Abel Pintos para interpretar Recuerdo que nunca existió marcó uno de los momentos más sorpresivos apoyándose en la convivencia entre dos tradiciones melódicas distintas: la del pop urbano contemporáneo y la canción argentina de raíz más clásica en un cruce generacional que sostuvo el clima emocional del segmento. Éxitos como Corazón vacío y Mi debilidad consolidaron ese arco del show. La entrada de Tiago PZK en Entre nosotros, cautivó a los fanáticos que siguen este amistad hace años.
El tramo de Gladys transformó el Monumental en uno de los momentos más festivos de la noche. La aparición de Ariel Puchetta de Ráfaga en un medley de Mentirosa y Adiós fueron de las canciones más coreadas de la noche. Incluso la presencia de la familia de Maria sobre el escenario reforzó esa idea de celebración popular con la que la artista creció en Quilmes.
El clima volvió a mutar con Jojo, el alter ego más provocador del proyecto. Allí el show recuperó pulso físico y energía directa, con una puesta más ligada al desfile, al cuerpo y a la performance. Hace calor funcionó como núcleo rítmico de ese segmento, con un estadio que respondió también desde el movimiento con temas como Automático, Hace Calor y Sexo a la moda.
El cierre integró todas las capas anteriores. Una voz en off de Gabriel Rolón presentó los distintos alter egos como partes de una misma identidad emocional. La aparición de TAICHU, quién también estuvo como telonera de la presentación, en Pierdo la cabeza sumó una textura más alternativa y Romántica, bonus track recientemente estrenado, reforzó ese tono más íntimo y contemporáneo.
El final llegó con J Rei y Mi amor:, en una decisión que emocionó al público presente. La escena, con ambos elevados sobre el escenario 360°, sostuvo una intimidad difícil de lograr en un estadio de estas dimensiones. María se quebró, y el estadio junto a ella, al momento en que su pareja le enseñó un tatuaje con su nombre en el final del tema que le dedicaron a las pérdidas que tuvieron cuando quedar estaban buscando un bebé. Y el cierre del show se sintió como el cierre de una etapa para ellos, que pudieron convertir en música el dolor que habían atravesado juntos.
Más allá del despliegue técnico —más de 70 personas en escena, cinco cambios de vestuario, fuegos artificiales y una puesta inmersiva inédita en el país—, el valor del show estuvo en cómo ese aparato estuvo al servicio de una narrativa artística clara. Quimera no fue presentado como un álbum más, sino como un sistema de identidades que dialogan entre sí y con la trayectoria de Maria Becerra.
Este primer River 360° funcionó como una reformulación del hito anterior. Si los shows previos en el Monumental habían marcado su llegada definitiva a la escala masiva, este espectáculo propuso otra cosa: pensar el pop argentino contemporáneo desde la complejidad, la puesta conceptual y el riesgo escénico.
El sábado, María Becerra volverá al Monumental para completar su cuarto River Plate y se espera que sorprenda con nuevos invitados, entre ellos Tini Stoessel.